lunes, 2 de abril de 2018

Casita Libidinosa: Introducción

Apenas pongo un pie en el camino empieza a llover, primero es una ligera llovizna, pienso que podré caminar sin ningún problema, tomo el camino que me habían indicado, no obstante, al dar tres pasos la lluvia se hace más intensa, decido entonces quedarme bajo un árbol que da una buena sombra; parece una selva tropical el paisaje que tengo a mi alrededor, huele a tierra húmeda y a plantas de las que desconozco su nombre. Me quedo ahí un rato, contemplando, disfrutando.

No tengo prisa, es temprano, el viaje fue corto y tengo toda la semana, traje el celular como mero accesorio, pienso dejarlo olvidado en un rincón de mi maleta; llevo un morral con cosas básicas, un libro, no mucha ropa. No tengo problema con la lluvia, sin embargo, me da temor el camino que se me hace como una pista jabonosa de barro, y no se me antoja caerme en ese camino, seria un mal inicio. Tomo el teléfono, busco en llamadas recientes y marco a Sergio. Lo he notado algo ansioso desde temprano, me ha llamado cinco veces, para asegurarse que tomara el bus adecuado, que recomendara al conductor que me avisara dónde bajarme, entre otras cosas. Me contesta al primer timbre.

-¿Estas perdida?- se apresura a decir.

-No, jaja, ya estoy en el camino, iba a aventurarme a caminar, pero empezó a llover y ese camino se ve muy resbaloso, ¿vienes por mi?- 

No tarda en llegar, tiene una camioneta azul, dos puestos, llena de barro. El camino es corto, ni cinco minutos, llegamos a una casa pequeña de ladrillo, una cerca de alambre, y una reja blanca no muy alta, salen dos perros ladrando, uno negro y uno blanco con manchas negras -desconozco las razas-, me da un poco de temor salir, siempre he considerado que el perro de finca gusta de la carne humana. 

-¿No te iras a quedar ahí?- dice Sergio entre preocupado y burlón.

Tomo aire, y salgo haciéndome la valiente, cierro la puerta y trato de no mirar a los perros a los ojos, me asusto al sentir la nariz húmeda de uno en mi mano, luego el otro me lame un dedo, entro lo mas pronto posible a la casa; en la parte de atrás la casa tiene una reja blanca, no tienes puertas, me parece interesantes sentarse y que solo haya una gran ventana que da al exterior, evidentemente esta nublado y no puede apreciarse nada del paisaje, los perros se quedan viendo a través de la reja, yo aun así no me atrevo a verlos a los ojos.

Sergio me muestra mi habitación que esta al fondo, pasando el baño y la cocina, la casa es coherente con lo que vi desde la entrada, dejo mi mochila, guardo mi celular y me olvido del mundo. Escucho pájaros cantar, el sol sale de nuevo. Los perros se han echado en la entrada, se ven tranquilos, espero ya se hayan familiarizado conmigo, abro la reja y salgo, en efecto, apenas si les importa mi presencia, veo los pájaros en un árbol donde Sergio a instalado una pequeña plataforma donde les pone comida, veo un pájaro amarillo comiendo, luego me dirijo a ver el paisaje. Me doy cuenta que por el contrario de la casa el terreno de la finca es bastante amplio, todo se da en una especie de deprimido, como si la casa estuviera en la cima de una colina y todo el terreo baja y vuelve a subir a los lejos en una colina en donde hay una casita más pequeña en medio de la maleza.

-¿podemos ir hasta allá?- pregunto sin mirarlo.

Tomamos un camino de piedra, que va bajando en escalones no tan altos, aun hay niebla, pero cada vez el sol esta más presente; el perro blanco nos acompaña, pasamos al lado de una casa donde veo otro perro más grande y más feroz, este me ladra con ira, ni siquiera lo miro y sigo de largo. Más abajo veo un techo de aluminio grande, me emociono al ver vacas, las observo un tiempo, Sergio me explica que vende la leche y deja algo para la casa, nunca compra leche de la que tomamos en la ciudades. Seguimos bajando, pero ya el camino de piedra ha desaparecido, ahora solo hay un pasto bastante alto, llega a mis rodillas, se alcanza a percibir un sendero que es invisible al ojo distraído. Hay arboles muy grandes en esta parte, seguimos bajando hasta encontrar una cerca de alambre, pienso que hasta ahí va el tour, pero Sergio con una mano la abre y se ve un camino pequeño, con mas maleza, veo hormigas en el camino, imagino que podría haber arañas, serpientes, otros pájaros cantan sobre nuestras cabezas.

Seguimos avanzando, el camino se hace resbaloso y de difícil acceso, él me pregunta varias veces si quiero seguir, y le digo que si; me entusiasma la aventura, es como estar en una historia de Julio Verne, o algo así, la hierba invade el camino, veo que mi jean se va llenando de hojas y de rastros de las plantas, ahora hay que subir de nuevo, hay una parte muy empinada, y llegamos a la casa que se veía a los lejos, esta abandonada, puede ser un poco tétrica en la noche, pero la admiro, y me parece agradable, ahora puede verse el pueblo desde ahí, la niebla ha cedido lo suficiente. Hay mas camino hacia abajo, Sergio me indica hasta donde puedo caminar, pero le digo que lo haré en otra ocasión estando sola.

El regreso se me hace más fácil, el perro blanco se adelanta y pienso que me ha comenzado a agradar, sobre el otro no estoy segura, y sobre el que esta encerrado ni hablar, su nombre debe ser Cujo. Al llegar a la casa siento mi cabello húmedo por el sudor, no ha sido muy larga la caminada, pero ha supuesto un esfuerzo del cual no estoy habituada. 

No les he hablado de Sergio, no sé si sea necesario hablar de él, pero diré un par de cosas: él es un hombre que ha vivido del campo por mas de 30 años, sin embargo, puede pasar fácilmente por hombre de ciudad, tiene poco cabello, mide 1, 80 aproximadamente, su calva y cuello son testimonio de largas jornadas al sol, es amable y con un buen sentido del humor.

Sergio se quita la camisa y entra a su cuarto, me invita a que lo siga.

-Te había prometido consentirte, y ya quiero comenzar esa labor- mientras dice eso me acuesto en su cama, él desabotona mi pantalón y me lo quita, luego hace lo mismo con mi panty, ya me siento mojada, introduce un dedo y al tiempo reposa su lengua en mi clítoris, gimo de placer, cierro los ojos y arqueo mi cuerpo.

-¿qué tal si empezamos suave... no sé, unos 15 minutos de esto?- me dice sin apartado su lengua de mi clítoris pero sin detener su dedo.

-No pares- digo levantando mi cabeza buscando su mirada, y me dejo caer de nuevo.

Tal vez pasaron los 15 minutos o tal vez más, su rostro esta empapado de mis fluidos luego de mis tres orgasmos, apenas si me muevo, él se levanta, agarra su pene en la mano y me penetra. Me emociono por sentir el movimiento de nuestros cuerpos, es como si ya conociera mi cuerpo, sabe donde tocar y sabe la intensidad adecuada. Rasguño su espalda, y él pierde el control. 







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